En el linde del bosque
2006 – 08
Pintura – Dibujos y bocetos – Textos
La humanidad es una especie animal entre las otras, igual en derechos a todas las demás; sin embargo, nos sentimos diferentes, porque somos seres con civilización o cultura.
Hasta hace poco creíamos que construir instrumentos, tener un lenguaje, etc., era un rasgo exclusivamente humano, hoy sabemos que hay animales que poseen un lenguaje y construyen herramientas.
En el campo de la ciencia se argumenta que, a diferencia de otros animales, el ser humano no está sujeto forzosamente al marco de su no del todo definido estado presente, sino que es capaz de imaginar otra situación y encontrar en ella motivos para sobrevivir. Así, lo humano sería la manifestación de posibilidades relacionadas con la acción voluntaria. La posibilidad de construir su propio destino en libertad, de crear algo nuevo, pero también de destruir lo existente.
En los dibujos de En el linde del bosque, una pareja, o un hombre o una mujer a solas, están situados en el límite entre naturaleza y cultura (entre el claro y la espesura). El concepto de límite está estrechamente emparentado con los conceptos de lo nuevo y es evidente el simbolismo de la situación y de las posibles reacciones, pero no está tan claro el sentido de sus elecciones.
La mayoría de las veces son los temas los que se imponen. Después de años examinando la dualidad naturaleza-cultura, fue lógica la deriva hacia el linde de la cultura, pues es el hombre el que se atribuye la palabra.
Estas imágenes me hacen evocar a Heidegger y a María Zambrano, me replantean la interrogación acerca del sentido del ser, y pienso en el ocultamiento y el des-ocultamiento que abre el espacio vacío donde se engendra el pensamiento; pienso en la poesía como reveladora del ser y en cómo crear claros en la conciencia para que aparezcan visiones de lo que está oculto.
Me sedujo en aquel momento la idea de explorar, en tiempos de gran desarrollo científico, qué es o significa ser humano, si existe algo qué nos diferencie de lo animal, de lo natural, cuando los límites se vuelven cada vez más esquivos.
Ahora, la figura humana alcanza otra dimensión, es la protagonista, confiriendo a la pintura una vertiente narrativa. El personaje determina una acción dentro de un ambiente natural, el paisaje se convierte en un elemento de su narratividad. Los elementos pictóricos que emulan la naturaleza complementan, así, lo que es y siente el personaje.
El hombre, cauteloso, se esconde en el bosque y mira como la mujer sale al claro buscando algo, algo que, en principio, no necesitan; algo atractivo y que puede resultar beneficioso, pero también funesto. La curiosidad, la duda y el temor les invade. La mujer presiente que la simple acción de salir al claro es un inicio, inicio en el conocimiento, en el descubrimiento de nuevas experiencias.
En otra pintura, la mujer vuelve al bosque desde el claro, pero él ya no está en el lugar de encuentro. Más atrás, escondido, observando inmerso en la espesura, la reconoce, es su compañera. En su mano lleva algo y su rostro tiene un aspecto diferente. Parece que el instrumento que porta le ha conferido una nueva conciencia, le ha hecho establecer una relación específica con el objeto -de objeto a objeto, independiente del sujeto-. La experiencia trascendental de destruir con una piedra lo inmediato, para buscar lo que está oculto (el tuétano de los huesos), tuvo consecuencias a largo plazo en la evolución biológica del cerebro. Ella ya no enfrenta la existencia de forma inmediata, irreflexivamente: la herramienta le ha hecho trascender lo visible; ahora las relaciones objetivas percibidas en el uso del instrumento conforman su pensamiento, creando relaciones abstractas (romper, cortar, perforar, unir, pulir…) que no se limitan a los patrones de los instrumentos materiales y sus procedimientos de uso, sino que son, también, las fuentes de las que manan los signos para referirse a ellos, los signos lingüísticos, las palabras.
Ella le ofrece al hombre -interesado, pero receloso- lo que ha encontrado, lo que ha aprendido en el claro. Inmerso en su naturalidad, no quiere perder la capacidad de percibir la situación inmediata a través de sus instintos, como un niño que no ha aprendido a negar posibilidades y no quiere caer aún en trampas lógicas, ni en paradojas. Rehúsa aceptar los límites hasta chocar con ellos y precipitarse al lodo, temiendo tal vez que podría caer en el error contrario: creer que las situaciones tienen límites infranqueables de por sí, que ponen a prueba la parte más oscura y desconocida de nosotros mismos. Además, le asalta la sospecha de que todo lo que se diga sobre la realidad será insuficiente, por cuanto la verdad se muestra tan sólo mediante destellos, y únicamente antes o después del lenguaje.
Algo ha cambiado en el claro del bosque, porque, al volver al linde, la percepción se ha convertido en comprensión racional y en mirada estética o trascendente. La percepción situacional se convierte en percepción relativa a un marco. Pero ese marco es ahora una perspectiva mental que puede reemplazarse por otra a voluntad. Y puede trascenderse, ampliándose a nuevas conexiones, sin quedar reducida a clichés estereotipados.
Atravesando el áspero camino de la experiencia, ahora reconocemos la capacidad de imaginar como aquello que nos diferencia de los animales… Y junto con ella, la de tener esperanza y poder experimentar el amor y la amistad, como condición previa al inicio del pensar.