Del bosque de símbolos a la ciudad natural
1998 – 99
Pinturas – Textos
En líneas y manchas descubrí rascacielos de grandes ciudades y árboles de bosques centenarios.
El paisaje geometrizado devino paisaje urbano, naturaleza domesticada. Estructuras de edificios a medio construir o, tal vez, en ruinas, que representan las culturas europeas basadas en el modelo judeo-cristiano y el comercio, para quien la naturaleza es una criatura de Dios confiada al hombre para su dominio y administración.
Según esta concepción, al no ser la cultura naturaleza y siendo el hombre un ser cultural, éste pertenece a un mundo más allá de la naturaleza, a un reino espiritual frente al natural. Una percepción de la naturaleza ajena al hombre, peligrosa, explotable e intrínsecamente inferior a las creaciones de los seres humanos la fundamenta.
A pesar de los buenos propósitos ecologistas, los grandes edificios de la ciudad serían un reflejo de la expansión del capitalismo internacional y su industria, que percibe la naturaleza de forma meramente cuantitativa, en términos económicos, neutralizándola, produciendo nefastos daños en innumerables puntos del planeta.
Mas en otras ocasiones, las formas evocaban la naturaleza recuperando su espacio perdido, la rebelión de la naturaleza: edificios invadidos por la vegetación, un aviso de su fuerza frente a la insignificancia del ser humano.
Sin embargo, ninguna de éstas era la idea que quería plasmar o transmitir. En mi mente estaba presente el equilibrio, la unión de la imagen de la ciudad y el bosque como metáfora del debate entre cultura y naturaleza. La primera de las controversias – disyuntiva que también se manifiesta en la pintura, porque, inevitablemente, cualquier interpretación que se haga de lo natural se ha de hacer en términos culturales. Y el riesgo de caer en un bucle erróneo al describir al ser humano (o la ciudad como su máxima expresión visible), sólo como ser cultural, sin reparar en que, constitucionalmente, es naturaleza.
Inevitablemente reaparecía una y otra vez la dicotomía que quería soslayar. Es cierto que las oposiciones binarias de conceptos parecen ayudarnos a ordenar lo que nos rodea, a dar sentido a la realidad que nos envuelve; no obstante, esta manera de afrontar la cuestión no resulta convincente. Hoy en día la dualidad cultura-naturaleza ha perdido su eficacia hermenéutica, y aún más, no en vano el alejamiento entre estas ideas legitimó la mercantilización y comercialización de la naturaleza.
Cuando pintaba entonces áreas naturales intentaba reflejar su espíritu, lo espontáneo, que es innato, para poder decir con Heráclito que la naturaleza es inaprensible, siempre disfrazada por epifenómenos. Por otro lado, la geometría de las construcciones representaba lo cultural, aquello que es aprendido, lo artificial, lo que nos empuja a romper con los instintos, mirada restrictiva que ha desembocado en un cruel etnocentrismo. Y, como sabemos, no hay una sola cultura humana, sino una gran diversidad de ellas y muchos puntos de vista sobre esta cuestión.
Hoy sabemos que la cultura no es unívoca, sino diversa y que existen muchos puntos de vista sobre la cuestión. Debemos considerar que todas las culturas y costumbres son igualmente aceptables (relativismo), pero también sostener que lo importante es la persona y, por lo tanto, sentir como imprescindible la protección de los derechos fundamentales de todos por encima de costumbres que lesionen estos derechos. Este enfoque multiculturalista abogaría por la convivencia pacífica de personas de distintas culturas dentro de una misma sociedad.
En las ciudades que entonces pintaba, no hay personas que deambulen por sus calles; son ciudades solitarias, deshumanizadas en las que, paradójicamente, sólo los árboles, elementos naturales, logran dotarlas de humanidad. Tampoco hay coches ni ningún otro artilugio y salvo la arquitectura, no hay presencia de tecnología alguna. La idea de un progreso indefinido, sin limitaciones naturales, la confianza ciega en la tecnología y en su capacidad de favorecer el progreso humano, ha acarreado graves consecuencias para la salud del planeta: la amenaza nuclear, la contaminación atmosférica o la degradación del medio natural por la agricultura y ganadería intensivas.
En la no representación de la tecnología está su crítica, la idea de que, aun creyendo en su necesidad, la nueva tecnología debe estar regulada por el principio de precaución.
La imbricación de arboledas y edificios nos habla de que, en el mundo de hoy, es complicado establecer fronteras entre los organismos y las máquinas, lo físico y lo no físico, lo humano y lo animal. Han aparecido elementos híbridos (embriones congelados, implantes mecánicos en humanos, plantas modificadas genéticamente, etc.), fruto de naturaleza y cultura, que se multiplican, trayendo consigo incertidumbre ante los riesgos ambientales y sociales.
Y, a su vez, la cuestión de la incertidumbre está vinculada, como no, con la distribución del poder, por lo que su campo de definición y acción es político en última instancia. Hemos de reflexionar, en particular, acerca de quiénes controlan el riesgo, quiénes producen y se benefician de la incertidumbre y qué brechas se abren y dificultan una participación más democrática.
En estos cuadros que aquí veis, la dialéctica cultura-naturaleza intenta ser superada en una síntesis entre en el retomo a la naturaleza, la vuelta a aquel espacio-tiempo auroral, pre-ético, anterior a la fragmentación y artificiosidad cultural, en el que se suponía que vivía la humanidad primitiva, intacta, libre y una ciencia y técnica responsables. Ya sin inocencia, pues esta naturaleza primigenia a la que se desea retornar también es una construcción cultural, y se encuentra antropológicamente configurada y determinada. Y es que, casi siempre, este deseo es un síntoma de pesimismo ante el presente.
Como confirman los estudios ecológicos, la continuidad de la especie humana sobre la tierra exige otro tipo de relación del hombre con la naturaleza. El cuidado de la naturaleza es imprescindible y urgente, porque nuestra supervivencia como especie depende en buena medida de ella.
La unión de bosque y ciudad nos lleva a las nociones de “paisaje cultural o de cultura de la naturaleza”, conceptos que hacen referencia a las obras conjuntas del hombre y la naturaleza, donde cualquier intervención será a favor de la protección de los sitios, seres y procesos naturales que faciliten la expresión de la espontaneidad, tanto natural como humana, con el fin de que se dé un equilibrio – y un equilibrio también en la prevención para que las cosas naturales no se vuelvan artificiales o se naturalice el artificio.