Barreras y otros obstáculos
2015 – 18
Pinturas – Dibujos y bocetos – Textos
Dibujo una robusta línea roja sobre el elemento figurativo. Mi intuición me dice que si, en el cuadro que estoy pintando, interpongo un elemento ajeno a la narrativa, un obstáculo visual, una barrera, dicha narración quedaría en entredicho, se subvertiría la imagen convencional y aumentaría la distancia entre la racionalidad del espectador y su primera lectura sensitiva. Esta mancha oclusiva propiciaría que los elementos fabuladores se alejaran de la mirada romántica que impregna este tipo de modelos, tan cercanos a lo mitológico y revestidos semánticamente de gran carga histórica, no sólo de la historia de la pintura, sino también de la literaria y fílmica.
Por otra parte, la intriga que fomenta la narratividad de la imagen, su influjo psicológico por empatía sobre el público, permanece en suspenso; y, además, en ese momento, aparecería en superficie el juego del lenguaje pictórico mostrando toda su importancia.
Atendiendo al proceso, pienso que debo conseguir que se trascienda la imagen y se haga otra lectura, no la obvia de la narrativa más evidente, sino aquella que encontramos cuando hacemos concurrir todos los sistemas -simbólico, formal, psicológico, histórico, etc. – y nos damos cuenta de que el valor del símbolo artístico no está en la delimitación concisa de su mensaje, sino en su apertura.
No me sentiría satisfecho si el espectador sólo accediera al primer impulso del signo y no terminara de vislumbrar la infinitud del texto, ya que el sentido de la poesía no se encuentra en el significado directo de cada palabra, sino en el aliento que suscita la relación entre las mismas.
Vuelvo a hacer que gruesas líneas cruzan de lado a lado el paisaje, que largos trazos de diferentes intensidades enmarcan la escena, que siluetas semejantes a troncos cierren el paso. Obstáculos a la mirada.
Me asaltan imágenes de barreras que nacen de antiguas tachaduras, negaciones e incomprensión. Como ayer, pueden ser el símbolo de una obstrucción, pero han derivado hacia el sentido de límite, un final de camino que hay que dejar atrás.
Barreras que suponen una crisis porque cancelan lo visual y me ponen frente al vacío. Sin embargo, paradójicamente, me ofrecen un sueño de libertad, me invitan a creer que hay algo más allá.
Ante esta metáfora de limitación comprendo la supresión visual y la convierto en concepto para devolverla al instante a su naturaleza de imagen. Es un ejercicio retórico donde lo visual es indisoluble de su idea, dos caras de la misma moneda.
Atisbo el cese de la visión, pero no sé escapar de él.
De esta manera, las barreras que no me dejaban ver se han convertido en frontera ante el abismo, en linde entre el mundo crepuscular de la representación y la nada, hueco que está entre quien crea o mira y la ficción del cuadro. La frontera-barrera no me impide ver lo que está detrás de ella, sino que me hace evidente el vacío, la nada del creador-espectador que, por una parte, desea tener esperanza en un mundo posible y, por otra, siente la nostalgia de un paraíso perdido. Con el arte tiende un puente esperando que exista otra orilla. Celebro una ceremonia para, viendo la efigie del monstruo, conjurar el miedo con actos que provoquen la saturación de las emociones.
En esta acción me parezco a quien está dentro del cuadro, mi hermano, el hombre trágico que realmente está en el vacío, que reconoce su soledad y se pierde en el caos que le rodea. Y, si bien sé que la barrera que tejo me avisa del abismo, también abriga un doble sentido y, así, inventa una coartada, acota y define espacios para hacerme sentir en un lugar estable y concreto.
Ya no estoy en el ámbito de lo infinito, en el no saber y comprender que está más allá de esa frontera. Este límite crea un espacio ilusorio de seguridad, abraza lo que espero conocer y lo detiene para que no escape. Porque, lo que realmente me asusta es la imposibilidad de pensar el mundo, de nombrarlo. Y aquí, en el cuadro, estoy creando fronteras para apropiarme de algo que imagino vislumbrar.